En un país muy lejano vivía una bella princesita llamada Blanca nieves, que tenía una madrastra, la reina, era muy vanidosa.
La madrastra preguntaba a su espejo mágico y éste respondía:
- Tú eres, oh reina, la más hermosa de todas las mujeres.
Y fueron pasando los años. Un día la reina preguntó como siempre a su espejo mágico: espejito, espejito ¿Quién es la más bella?
Pero esta vez el espejo contestó:
- La más bella es Blanca nieves.
Entonces la reina, llena de ira y de envidia, ordenó a un cazador:
- Llévate a Blanca nieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi encargo, tráeme en este cofre su corazón.
Pero cuando llegaron al bosque el cazador sintió lástima de la inocente joven y dejó que huyera, sustituyendo su corazón por el de un jabalí. Blanca nieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y andando pasó la noche, hasta que, al amanecer llegó a un claro en el bosque y descubrió allí una preciosa casita. Entró sin dudarlo. Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete platitos y siete cubiertos diminutos. Subió a la alcoba, que estaba ocupada por siete camitas.
La pobre Blanca nieves, agotada tras caminar toda la noche por el bosque, juntó todas las camitas y al momento se quedó dormida. Por la tarde llegaron los dueños de la casa: siete enanitos que trabajaban en unas minas y se admiraron. -¡Todo está limpio! -exclamó Sabio. Asustados, subieron la escalera. Al ver una larga forma bajo las sábanas, creyeron que era un monstruo. Estaban dispuestos a atacarle cuando Blancanieves empezó a despertarse.Sorprendido, contemplaron a la bella muchacha. -Es un ángel -suspiró Romántico, aunque Gruñón no pensaba lo mismo. -Las mujeres son un veneno -dijo. Asustados, se escondieron detrás de la cama.
La princesa también se asustó al ver cómo la miraban desde los pies de la cama. -¡Sois unos hombres pequeños! -exclamó, feliz. Sonriendo, adivinó sus nombre y les explicó cómo su madrastra la había echado del palacio. -Intentó matarme -dijo Blancanieves, pero Gruñón no quería compadecerla. -¡Tiene que irse! -gritó nervioso. -Aquí no me encontrará -afirmó la princesa-, y prometo lavar, limpiar la casa y cocinar. Los enanitos pensaron en los pasteles de manzana y las tartas de mora que les podía hacer. -¡Se queda! -dijeron. Felices, la siguieron mientras Blancanieves se dirigía a la cocina, a terminar de hacer la sopa. -Si no os laváis, no probaréis bocado -dijo Blancanieves al ver sus manos sucias.
Aunque los enanitos odiaban el agua y el jabón, querían hacer feliz a la princesa. Después de la cena tocaron música y bailaron. Gruñón tocó la flauta. ¡Nunca se habían divertido y reído tanto! -¡Ahora haz algo tú! -la animaron. La joven se puso a cantar una canción que trataba de una princesa enamorada. -¿Eres tú? -le preguntaron. Blancanieves asintió y recordó al príncipe que se había presentado ante ella cuando cantaba en la fuente de los deseos. Sorprendida Blancanieves se fue al palacio, pero cuando el Príncipe le dio una serenata, ella se asomó al balcón. -Era tan romántico... -contó a sus nuevos amigos.
Bostezando, los enanitos dejaron a Blancanieves sus cómodas camas para dormir. -Te lo advierto... ¡no dejes entrar a nadie en la casa! -dijo Gruñón a la mañana siguiente cuando se fue a trabajar. -No te preocupes -le sonrió Blancanieves diciéndole adiós dulcemente. Luego besó a Tontin con ternura antes de que se marchara. Mientras tanto, en el palacio, la reina volvió a preguntar al espejo: espejito espejito ¿Quién es ahora la más bella? - Sigue siendo Blanca nieves, que ahora vive en el bosque en la casa de los enanitos... Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y partió hacia la casita del bosque. Sin embargo aquella tarde, olvidando la advertencia de Gruñón, Blancanieves dejó entrar en la casa a una pobre mujer.
Pero cuando llegaron al bosque el cazador sintió lástima de la inocente joven y dejó que huyera, sustituyendo su corazón por el de un jabalí. Blanca nieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y andando pasó la noche, hasta que, al amanecer llegó a un claro en el bosque y descubrió allí una preciosa casita. Entró sin dudarlo. Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete platitos y siete cubiertos diminutos. Subió a la alcoba, que estaba ocupada por siete camitas.
La pobre Blanca nieves, agotada tras caminar toda la noche por el bosque, juntó todas las camitas y al momento se quedó dormida. Por la tarde llegaron los dueños de la casa: siete enanitos que trabajaban en unas minas y se admiraron. -¡Todo está limpio! -exclamó Sabio. Asustados, subieron la escalera. Al ver una larga forma bajo las sábanas, creyeron que era un monstruo. Estaban dispuestos a atacarle cuando Blancanieves empezó a despertarse.Sorprendido, contemplaron a la bella muchacha. -Es un ángel -suspiró Romántico, aunque Gruñón no pensaba lo mismo. -Las mujeres son un veneno -dijo. Asustados, se escondieron detrás de la cama.
La princesa también se asustó al ver cómo la miraban desde los pies de la cama. -¡Sois unos hombres pequeños! -exclamó, feliz. Sonriendo, adivinó sus nombre y les explicó cómo su madrastra la había echado del palacio. -Intentó matarme -dijo Blancanieves, pero Gruñón no quería compadecerla. -¡Tiene que irse! -gritó nervioso. -Aquí no me encontrará -afirmó la princesa-, y prometo lavar, limpiar la casa y cocinar. Los enanitos pensaron en los pasteles de manzana y las tartas de mora que les podía hacer. -¡Se queda! -dijeron. Felices, la siguieron mientras Blancanieves se dirigía a la cocina, a terminar de hacer la sopa. -Si no os laváis, no probaréis bocado -dijo Blancanieves al ver sus manos sucias.
Aunque los enanitos odiaban el agua y el jabón, querían hacer feliz a la princesa. Después de la cena tocaron música y bailaron. Gruñón tocó la flauta. ¡Nunca se habían divertido y reído tanto! -¡Ahora haz algo tú! -la animaron. La joven se puso a cantar una canción que trataba de una princesa enamorada. -¿Eres tú? -le preguntaron. Blancanieves asintió y recordó al príncipe que se había presentado ante ella cuando cantaba en la fuente de los deseos. Sorprendida Blancanieves se fue al palacio, pero cuando el Príncipe le dio una serenata, ella se asomó al balcón. -Era tan romántico... -contó a sus nuevos amigos.
Bostezando, los enanitos dejaron a Blancanieves sus cómodas camas para dormir. -Te lo advierto... ¡no dejes entrar a nadie en la casa! -dijo Gruñón a la mañana siguiente cuando se fue a trabajar. -No te preocupes -le sonrió Blancanieves diciéndole adiós dulcemente. Luego besó a Tontin con ternura antes de que se marchara. Mientras tanto, en el palacio, la reina volvió a preguntar al espejo: espejito espejito ¿Quién es ahora la más bella? - Sigue siendo Blanca nieves, que ahora vive en el bosque en la casa de los enanitos... Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y partió hacia la casita del bosque. Sin embargo aquella tarde, olvidando la advertencia de Gruñón, Blancanieves dejó entrar en la casa a una pobre mujer.
La vieja le ofreció una manzana y, sin sospechar que era la reina disfrazada, la pobre muchacha dio un mordisco a la manzana envenenada y cayó al suelo profundamente dormida.
Al volver, ya de noche, los enanitos a la casa, encontraron a Blanca nieves tendida en el suelo, pálida y quieta, creyeron que había muerto y le construyeron una urna de cristal para que todos los animalitos del bosque pudieran despedirse de ella.
Muy triste, los enanitos velaron a sus querida princesa. Un día, apareció el príncipe, la reconoció como la princesa que había conocido y la besó. Lentamente, Blanca nieves se despertó. Pues el beso de amor que le había dado el príncipe rompió el hechizo de la malvada reina. El príncipe, feliz, la abrazó, y los enanitos y los animales bailaron de alegría a su alrededor. Blanca nieves se casó con el príncipe y desde entonces todos vivieron felices.
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